jueves, 23 de diciembre de 2010

7.- Epona. Vida y muerte.

Epona, la hermana pequeña de todos los demonios, cogíó su muñeca y medio arrastrándola por el suelo llegó hasta la puerta. Casi no llegaba al picaporte, pero poco importó, pues con un pequeño salto y gracioso giro de muñeca abrió la puerta del infierno y salió de él. No sin cerrar antes la puerta del inframundo, continúo su viaje ladera abajo, y llegó a un poblado de orcos cercano. Ocultando su presencia a los orcos, entró donde se encontraba un corpulento chamán, agonizante y  medio ido. Levantó la cabeza y aún teniendo  la vista turbia consiguió verla. Soltó su muñeca, acercó un taburete al lecho y le dió un suave y lastimoso besito en la frente.

Su carita angelical y triste ocultaban dentro de ella un enorme poder. Pero  no era como sus hermanos. Todos y cada uno de ellos disfrutaban destruyendo y torturando a los mortales, pero ella no disfrutaba nada con lo que hacía. Epona tenía un don, tan cruel como la naturaleza. Ella se encarga de decidir quien moriría y viviría, y en caso de ser la primera opción la elegida, si su alma la acompañaría al infierno o sería liberada. Esta era la condición que tanto su madre como su abuela le impondrían si quería salir del inframundo. Y sí, habéis oido bien, Epona poseía la estima de su abuela. Despúes de todo la pequeña era exactamente igual a la gran diosa de la creación.

Epona sabiendo las torturas y  vegaciones que tendrían que sufrir las almas que la acompañasen al infierno, solo elegía a aquellos verdaderamente ruines y malvados. Aún así no podía evitar sentir pena por los desdichados, puesto que por mucho mal que hicieran en la vida, no consideraba que fuesen meritorios de la tortura eterna.

Una noche oscura y lluviosa, la pequeña Epona caminaba triste y cabizbaja por un camino oscuro, aún lejos del poblado al que debía ir. Esta vez se trataba de una humana embarazada. Las almas de los bebés son muy codiciadas en el inframundo por lo que había recibido órdenes de llevarse tanto a la madre como al niño. Caminaba descalza y su vestido aleteaba con el aire, empapada hasta los huesos y sin ganas de nada, olvidó ocultar su presencia y esa fue su suerte. Cuando quiso dar cuenta tenía un par de cántropos delante, observándola de forma lasciva. Epona abrazo su muñeca sin ni siquiera mirarlos. Se lanzaron sobre la pequeña y la tiraron al suelo, pero al primer tirón del vestido, Epona no dudó y con un certero movimiento de mano les arrancó la cabeza a ambos. La pequeña doncella infernal, no pudo evitarlo y soltó una carcajada espeluznante. Después de todo había sido un golpe de suerte, no sólo no tendría que matar a la embarazada y a su bebé, sino que además la pareja de cántropos serían buenos sustitutos en el infierno.

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